Historias de Doolittle

Se nota que la ciudad está de vacaciones. En mi caminata diaria al trabajo, apenas había un alma por la calle. Casi hasta he echado de menos los gritos de los adolescentes que, por regla general, consiguen que me chirríe la cabeza. Esta mañana andaba sin música, nostálgica, concentrada en las flores nuevas de las copas de los árboles. Tengo que acostumbrarme a levantar la vista más a menudo. Además de colores en las ramas, hay un montón de pájaros. Nunca he investigado si en Madrid hay especies que están sólo de paso. Seguro que les cuesta encontrar una rama decente y resguardada en la que construir el nido, hay mucha competencia, además de polución. Y su calidad de vida no puede compararse a la del campo, donde el alimento es más rico y fácil de encontrar. Pese a todo, esta jungla de asfalto sirve de cobijo para un montón de especies. Al igual que muchos pájaros, hay quienes tenemos una vida errante. Sé que todavía me quedan unos años aquí y, además, estoy empezando a disfrutar de los tesoros del cemento, pero espero volar algún día. Como dos amigos que, desde septiembre buscarán otro nido en una ciudad más pequeña. Ay, si los voy a echar de menos...