Historias de Doolittle

Sábado noche

Tenemos sobre la península una borrasca fría procedente de Groenlandia y que ha partido agosto por la mitad.

Igual que me pasaba la víspera del primer día de colegio, esta noche ha sido larga. He dado patadas en la cama (lo siento, Linus), me retorcía y sudaba. Con exasperante puntualidad, cada hora en punto, los ojos se me abrían sin mostrar ningún tipo de piedad ante mi necesidad de descanso y, así, ojiplática, he visto pasar la noche. Supongo que influye que ya no me arropa el mar, ni el cielo cuajado de estrellas (es difícil verlo desde esta urbe contaminada). Además, el ambiente está secoy la piel me pide dosis extra de aftersun antes de resquebrajarse como las tierras africanas. Y la gente vuelve a tener prisas y a gritar a intempestivas horas de la noche. Y tenía más que olvidado al ruidoso camión de la basura. Mi cuerpo se había amoldado sin problemas a la buena vida. Y vuelvo a tener un techo sobre mi cabeza... ¡Ojalá no la aplaste!