Historias de Doolittle

Si me quedo parada en calle se me congelan las orejas, los dedos y la nariz. Hoy no me importa el frío, me hace andar a paso rápido y el vaho se escapa de mi boca al compás de la respiración. Lo mejor, llegar a casa calentita.

Hoy dejo a un lado mis problemas laborales para escribir sobre un libro que acabo de leer. Crónicas de Ramala es una selección de artículos sobre palestinos escritos por Amira Hass para el diario liberal Haaretz entre 1997 y 2002. “Se me ha llamado corresponsal para asuntos palestinos, pero sería más exacto decir que soy una especialista en ocupación israelí”, afirma Hass, única periodista israelí que vive entre los palestinos de los territorios ocupados.

Entre las revelaciones del libro, que denuncia el sufrimiento de este conflicto, se abordan temas como el elevado número de jóvenes siucidas dispuestos a morir; los esfuerzos de un pueblo por sobrevivir en condiciones de penuria acrecentadas por las exprociaciones de tierra, la demolición de casas, la expansión de los asentamientos judíos, la imposición de las leyes israelíes, como la prohibición que impide por ley poder moverse libremente a los palestinos, los toques de queda y la corrupción de las instituciones. Especialmente impactante me ha parecido una entrevista a un soldado israelí sobre la cuestión del fuego abierto contra los niños.

El fin de semana ha volado. Se ha esfumado bajo la manta.
Para reposar las ideas.
El próximo promete más animación.
Y las agitaré.

La semana que viene me voy un poco lejos para que se curen los golpes a traición que he recibido.

Quiero llorar porque me da la gana,
como lloran los niños del último banco
porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja
pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.

Poema Doble del Lago Edem
Federico García Lorca

Y yo con resaca

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Energía tengo. Cada cierto tiempo meto los dedos en el enchufe para recargarme. Al principio, cuando no sabía calcular bien los vatios, el pelo me quedaba un poco estropajoso. Esto ha pasado a ser un problema menor, pues he descubierto un producto capilar que disimula los estragos voltáicos, nutre mi pelo castigado y cierra las puntas abiertas. Eso sí, cuesta su peso en oro y tengo que conseguirlo en el mercado negro. La calidad se paga.
Ya son muchos años los que llevo con esta práctica y, además de tener la técnica más pulida, controlo casi toda la energía que produzco, que no es poca. Si en los comienzos me desbordaba y me producía reacciones curiosas y extremas, como falta de sueño, euforia, pensamiento extremadamente positivo, hiperactividad, llantos repentinos y, lo reconozco, algún que otro ataque de ansiedad ante la impotencia de no saber cómo controlar la situación, a base de largas pruebas experimentales, puedo afirmar que voy afinando con los tiempos de autorecarga. Hoy ha quedado pantente. Cuando mi jefe me ha comunicado en privado que no puedo exigir un contrato y que tengo que trabajar para ganarme el honorífico papel sin casi recibir contraprestación económica, he estado tentada en ir al baño y meter los dedos en el enchufe para acumular energía, crear un rayo y aniquilar a este hombre que me estaba chantajeando. Anticipándose a mis pensamientos, un sexto sentido me ha advertido que si cedía a mis impulsos, necesitaría pasar después una semana (como poco) permanentemente enganchada al generador portátil para recuperarme del esfuerzo. Y la verdad, esta vez no merecía la pena.

aquí sigo
entre pastas de té (gentileza de e) y papeles con tachones.
También hay una bici de ruedas altas,
varias piedras en el baño
blondie
un jersey con purpurina verde y olor a noche
con algo de resaca emocional.