Historias de Doolittle

Hoy he hecho feliz a la Eliza Doolittle que llevo dentro. No he cantado al anochecer antes de darme un baño (aunque todavía tengo tiempo), ni me he vestido de blanco, pamelón incluido, para ir a las carreras de caballos, tampoco he bailado con ningún príncipe (menos mal) en una fiesta de la alta sociedad, ni he asistido a clases de fonética (aunque me hubiera encantado, pero no con el arrogante profesor Higgins). Lo que sí he hecho y me ha dado un subidón genial, ha sido pasear entre flores. No en el Covent Garden de Cukor, sino en un vivero también de película. Un paraíso de aromas frescos y vivos colores perfectamente clasificados. Plantas con flores brillantes, con flores pequeñitas, exóticas, colgantes, de hojas grandes que se recogen al ponerse el sol y se expanden cuando sienten la presencia solar, aromáticas, delicadas, rudas y resistentes, de exterior o para dentro de casa, pequeños árboles frutales y cuidados bonsais…Pasear por los simétricos pasillos recién regados me ha recargado las pilas, que se estaban desgastando pese a estar recién puestas.