martes, julio 12, 2005
La geometría del amor
Cronista de suburbios durante las décadas de los años 30, 40 y 50, el genial Cheever, un maestro de la descripción, recrea desgarradoras historias ambientadas en casas unifamiliares que se organizan en escrupulosas filas con cuidados jardines delante. Desde la primera página me atrapó su universo, que con un lenguaje claro, crea un finito de palabras de una profundida bestial. Me regocijé con el placer que proporciona leer una buena historia contada de la mejor manera posible por un gran contador de palabras.
Adiós, hermano mío, El nadador, El enorme receptor de radio, y El marido rural, son algunos de los relatos del libro que espero que no se me escapen por los agujeros de la memoria. «Un cuento o un relato es aquello que te cuentas a ti mismo en la sala de un dentista mientras esperas que te saquen una muela. El cuento corto tiene en la vida, me parece a mí, una gran función. Es, también, en un sentido muy especial, un eficaz bálsamo para el dolor: en un telesilla que te lleva a la pista de esquí y que se queda atascado a mitad de camino, en un bote que se hunde, frente a un doctor que mira fijo tus radiografías... Pasamos el tiempo esperando una contraorden para nuestra muerte y cuando no tienes tiempo suficiente para una novela, bueno, ahí está el cuento corto. Estoy muy seguro de que, en el momento exacto de la muerte, uno se cuenta a sí mismo un cuento y no una novela», dijo una vez el autor.
Para los curiosos: Cheever.
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