martes, octubre 18, 2005

Snif, snif

Mi pequeña y redonda nariz, de clara herencia paterna, se está despellejando. La culpa la tiene el condenado resfriado que me acompaña día y noche y no me suelta. Me ha calado tan hondo que me ha cambiado hasta la voz y ahora, cada palabra que pronuncio tiene un tono repelentemente nasal. Los ojos que para mi abuela lucían como soles, en estos momentos parecen dos puntos opacos en un rostro cetrino. Pero, el cabrito del virus, que no me deja en paz ni en sueños, no contento con dejarme sin armas desde fuera, se ha cargado por completo mi sentido del gusto. Como, como y, por más qué lo intento, no saboreo nada. ¿Suerte o desgracia? Da igual que Linus se haya atrincherado en la cocina para complacerme, que yo, no me entero de lo que le ha salido. En estos momentos, mis papilas gustativas no distinguen la carne del pescado. ¡Castigo divino! Así que no me queda más remedio que poner todas mis esperanzas en la química, apoyada con algún remedio casero, como un vaso de leche aderezado con coñac, para eliminar los estragos del otoño en mi cuerpo.

Comentarios:
Hola linda. Limón y miel.
Y besos desde la primavera de acá.
 
JO, qué ilusión recibir tus primaverales noticias.
Ya me encuentro mucho mejor.
¿Cuándo nos vemos?
besotes.
 
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