lunes, febrero 13, 2006

mientras espero


Tic tac, tic tac… Hoy he cambiado mi modo de espera. Bueno, más bien el lugar, ya que he estrenado el día en el balcón, cual gavilán al acecho. El sol se intuía entre la neblina de la nube de contaminación mezclada con la ola aire del Sáhara, cargada de partículas de cuarzo y arcilla, que cubre Madrid. Sigo a la espera. Tic tac, tic tac, tic tac… Si me comiera las uñas, no me quedaría ni una. Así que dejo que mi cuerpo fluya libre y no pongo impedimentos a su voluntad. La nevera tiene un imán, que dobla su potencia de atracción en estos momentos. Majestuosa, en la cocina, alberga ricas delicias con las que calmo los nervios que produce la impotencia del que se sabe consciente de que su futuro pende de caer en gracia a un entrevistador. En el asalto de la tarde, a la hora de la merienda, justo antes de que se avalanzara la noche sobre la ciudad, he coincidido con mi querido compañero delante de éste, uno de nuestros electrodomésticos indispensables. El muchacho, que pasa por un momento de transición y sustituye un vicio por otro, da buena cuenta de los litros de cerveza que enfría el frigorífico (su nueva adicción es otra historia). Como el fin de semana hemos tenido invitados y somos gente hospitalaria, el número de botellines se ha reducido considerablemente y el estante superior de la nevera brilla por la ausencia de género. ¿Algo raro? Estrujándome la cabeza he caído en la cuenta de que ¡ha desaparecido el bote de zanahoria rallada! ¿Es un gesto de apoyo antes de que pierda la cordura? ¿Lo habrá tirado para poder meter más botellines en la nevera?¿Significará el fin de una fría y silenciosa guerra? Mientras, sigo a la espera.

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